En el marco del año jubilar por el Tricentenario aniversario de la
parroquia Nuestra Señora de Altagracia en el municipio Miranda, se celebró la
ordenación sacerdotal del ahora presbítero Heberto Ávila, quien al concluir la
ceremonia muy emocionado dijo “hoy solo puedo agradecer a Dios, gracias por mi
familia, por haberme elegido para que te sirviera, por mis docentes y formadores,
por mis compañeros de seminario, por mi Obispo, gracias Dios gracias”.
La eucaristía fue
presidida por Monseñor William Delgado, obispo de la Diócesis de Cabimas y concelebrada por buena parte del clero
diocesano, quienes junto a una multitud de amigos, familiares y amigos, se apersonaron en el templo
parroquial para esta importante ocasión.
Luego que el rector
del seminario menor “El Buen Pastor” presbítero Néstor Ulloa presentara al diácono
Heberto Ávila e informara a monseñor Delgado
que el elegido era digno para la
ordenación presbiteral, el obispo diocesano efectuó su homilía.
“Hoy Heberto
dice como el evangelio de Juan 10-17 “…me desprendo de mi vida para ganarla de
nuevo” y eso hace Heberto toma una vida dedicada al ministerio sacerdotal, para
ganarla de nuevo”, apuntó.
Este es un día de
fiesta – continuó diciendo- para la Iglesia peregrina de la Costa Oriental del
Lago, pues Dios distingue a uno de sus hijos con la ordenación sacerdotal. Él
es una ofrenda de su familia, de su parroquia, de su comunidad para el plan
divino de Dios.
Seguidamente el
prelado agradeció a Heberto Ávila, por su participación en la investigación de
la historia de la parroquia Nuestra Señora de Altagracia y toda la colaboración
en la organización de del año jubilar del Tricentenario parroquial.
Al concluir el obispo
de Cabimas le dirigió un mensaje personal “Heberto tienes que ser un sacerdote
mariano, entrégate a la Madre de Dios, a la madre de los sacerdotes para que
ella te guíe y te proteja, recuerda que eres hijo de una parroquia mariana y en
honor a la Virgen debes mantener en ti su presencia durante tu vida
sacerdotal”.
Seguidamente se
continuó con la ceremonia, que se caracteriza por varios pasos muy específicos
y significativos.
Entre ellos la “imposición de las manos” del Obispo
sobre la cabeza del ordenado, luego la “oración
consegratoria” en la que se le pide a Dios la efusión del Espíritu Santo y de
sus dones para el ministerio, la postración en el piso como señal de
humildad; al nuevo presbítero se le ungen
la manos con el Santo Crisma, como signo de la unción especial del Espíritu
Santo y se le hace entrega de la patena y el cáliz como símbolo de la
eucaristía.
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