\“Desgarren su corazón y no sus vestidos” (Jl
2, 13)
Queridas hermanas y hermanos,
Con esta celebración
de imposición de cenizas, iniciamos con toda la Iglesia Universal, el tiempo de
cuaresma, que nos preparará para conmemorar la solemne resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo. Iniciemos, por tanto, este tiempo con un profunda fe y esperanza,
pues, en medio de tantas dificultades que estamos viviendo, sabemos que el
Señor está y estará con nosotros, que no nos abandona, que su Providencia
Divina guía los destinos de los pueblos. ¡Que es nuestro bendito salvador!
Hoy, como hizo con el
pueblo de Israel, el Señor nos dice: ‘’si mi pueblo, sobre el cual es invocado
mi nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos
caminos, yo los oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra”
(2Cron. 7, 14)
Toda la Liturgia de
la Palabra pone a nuestra consideración que la conversión de corazón es la
característica de este tiempo de gracia:
El profeta Joel, con autoridad y hablando en
nombre de Dios, nos dice: ‘’ahora –oráculo del Señor- conviértanse a mí de todo
corazón… Rasguen los corazones no las vestiduras: conviértanse al Señor Dios de
ustedes, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en
piedad, y se arrepiente de las amenazas”.
El Salmista reconoce
que ha pecado ‘’contra ti, contra ti, sólo pequé, cometí la maldad que
aborreces’’ y pide la gracia del perdón: ‘’crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro, no
me quites tu santo espíritu”
Jesús en el Evangelio
nos muestra el camino para conseguir esa conversión a través de la oración, el
ayuno y la limosna, advirtiéndonos, como nos dice el profeta Joel, que deben
ser practicadas con rectitud de intención y en la presencia del Señor, a fin de
que la gracia vaya actuando en nuestras vidas y no sea simplemente un actuar
delante de la gente.
Y San Pablo, en la
segunda lectura, nos recuerda que este tiempo de cuaresma es favorable, es
tiempo de conversión, no podemos esperar otro.
Dentro de algunos minutos recibiremos en
nuestras frentes las cenizas y, en esta oportunidad, el sacerdote nos dirá:
Conviértete y Cree en el Evangelio.
¿Qué es la Conversión?
Lo primero que Jesús
predicó en todos los sitios a donde llegaba y a todas las personas:
Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos.
«Conviértanse y crean
en el Evangelio» es el llamado que hace el Señor a todos. La palabra griega
para hablar de conversión es metánoia, que literalmente quiere decir cambio de
mentalidad, abandonar una forma o modo de pensar que lleva al pecado para asumir
un nuevo modo de pensar, la nueva mentalidad propuesta por el Evangelio. Se
trata de asumir y hacer suyos los criterios evangélicos o enseñanzas del Señor,
para que éstos se conviertan en norma de conducta para una nueva vida. Dado que
el ser humano actúa de acuerdo a lo que piensa y a los valores que asume, la
invitación a un cambio de mente implica, evidentemente un arrepentimiento del
mal cometido y un deseo de enmendar el camino, viviendo de acuerdo a las
enseñanzas divinas. Es un nacer de nuevo por la gracia de Cristo.
En la Sagrada
Escritura, podemos ver ejemplos muy claros de personas que se convirtieron: el
rey David, la Magdalena, la mujer sorprendida en flagrante adulterio, el
retorno del hijo pródigo, Zaqueo, San Pedro, que lloró amargamente su
deslealtad al Señor y, como muestra de su arrepentimiento profundo, exclamó:
Señor, tú lo conoces todo, tu sabes que te amo.
En este proceso de
cambio, juega un papel importante, el arrepentimiento sincero de nuestras
faltas y el compromiso de enmendar nuestras vidas.
No basta sentir
remordimiento, es decir, no basta tener rabia, o disgustarse por haber hecho
algo malo que no quisiéramos haber hecho. No nos da tristeza por haber ofendido
a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta haber hecho. Eso pasa con
Judas, que después de haber vendido a Jesús se suicidó, pero no le pidió perdón
a Dios. El Remordimiento no borra los pecados, y no sirve sino para amargarse
la vida. No trae paz al alma sino más tristeza y desesperación.
Tampoco es suficiente
tener un arrepentimiento imperfecto, la atrición, que es un dolor o pesar de
haber ofendido a Dios por el temor de ser castigado por él o merecer la
condenación eterna. El que tiene un arrepentimiento así concibe a Dios, como un
juez castigador y simplemente remunerador. Viviría una vida mediocre, y se
conformaría con evitar los pecados mortales.
Hace falta que
tengamos una contrición o arrepentimiento perfecto, que tengamos un dolor o
pesar de haber ofendido a un Dios tan bueno y digno de ser amado sobre todas
las cosas. Es el arrepentimiento que tuvo el Rey David, cuando dijo: ‘’un
corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia’’ (Salmo 50),
Durante este tiempo
de cuaresma, le he pedido a los sacerdotes que sean generosos en la
administración del sacramento de la confesión, que también lo podemos llamar el
sacramento de la conversión, porque alejados de Dios, escuchamos la llamada de
Jesús a la conversión y volvemos a la casa del Padre. La confesión de los
pecados sólo es instrumento para destruir el pecado, sino ejercicio precioso de
virtud, de regeneración, de renovación espiritual hasta que lleguemos al hombre
perfecto a la medida de Cristo.
Queridas hermanas y
hermanos, este es momento favorable, es tiempo de salvación, para que, de una
vez por todas, dejes el pecado y seas realmente cristiano, imitador y seguidor
de Jesús. No caigas en la tentación diabólica de retrasar la conversión para
después, para mañana, para un momento más oportuno. Recuerda que a nadie se le
ha prometido el día de mañana.
Y te lo explico, a
través de una anécdota, quizás conocida por ustedes.
Se cuenta que
Satanás, en el examen final de tres aprendices de demonios, preguntó:
¿Cómo engañarían
ustedes a la gente, para que se alejen de Dios y no lleguen al cielo?
El primero respondió:
Yo le diré que no existe Dios. Satanás dijo: Aplazado, porque la gente sabe que
existe Dios, basta ver la grandeza y la bondad de la gente, para llegar a esa
conclusión.
El segundo respondió:
Yo le diré que no existe el infierno. Satanás dijo: Aplazado. La gente sabe que
existe la condenación, con sólo ir a las cárceles y ver como sufren los
hacedores del mal, y ver el sufrimiento de los que están en el vicio de la
droga, el licor y la pornografía, que viven enfermos, aislados y esclavos de
sus pasiones.
El tercero respondió:
Yo le diré que todavía hay tiempo, que no se conviertan ahora, que lo dejen
para mañana. Y Satanás respondió: Excelente. Summa cum laude, con esa
estrategia, lograrás que muchos se condenen.
Querido hermano: Si ya has pensado
convertirte, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora
mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Dejarlo para luego es
exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora
estás preparado para este paso. Al demonio le encanta ilusionar a la gente y
engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora:
Hoy es el día de la conversión. El Señor quiere darte esta gracia.
Que Nuestra Señora
del Rosario nos acompañe en este camino, que hoy iniciamos hasta llegar a la
celebración gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.
Mons. Ángel Caraballo
Administrador Apostólico de Cabimas y Obispo
Auxiliar de Maracaibo
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