martes, 27 de febrero de 2018

HOMILÍA DEL MIÉRCOLES DE CENIZA 2.018



\“Desgarren su corazón y no sus vestidos” (Jl 2, 13)

Queridas hermanas y hermanos,

Con esta celebración de imposición de cenizas, iniciamos con toda la Iglesia Universal, el tiempo de cuaresma, que nos preparará para conmemorar la solemne resurrección de Nuestro Señor Jesucristo. Iniciemos, por tanto, este tiempo con un profunda fe y esperanza, pues, en medio de tantas dificultades que estamos viviendo, sabemos que el Señor está y estará con nosotros, que no nos abandona, que su Providencia Divina guía los destinos de los pueblos. ¡Que es nuestro bendito salvador!
Hoy, como hizo con el pueblo de Israel, el Señor nos dice: ‘’si mi pueblo, sobre el cual es invocado mi nombre, se humilla, orando y buscando mi rostro, y se vuelven de sus malos caminos, yo los oiré desde los cielos, perdonaré su pecado y sanaré su tierra” (2Cron. 7, 14)
Toda la Liturgia de la Palabra pone a nuestra consideración que la conversión de corazón es la característica de este tiempo de gracia:
El profeta Joel, con autoridad y hablando en nombre de Dios, nos dice: ‘’ahora –oráculo del Señor- conviértanse a mí de todo corazón… Rasguen los corazones no las vestiduras: conviértanse al Señor Dios de ustedes, porque es compasivo y misericordioso, lento a la cólera, rico en piedad, y se arrepiente de las amenazas”.
El Salmista reconoce que ha pecado ‘’contra ti, contra ti, sólo pequé, cometí la maldad que aborreces’’ y pide la gracia del perdón: ‘’crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme, no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu”
Jesús en el Evangelio nos muestra el camino para conseguir esa conversión a través de la oración, el ayuno y la limosna, advirtiéndonos, como nos dice el profeta Joel, que deben ser practicadas con rectitud de intención y en la presencia del Señor, a fin de que la gracia vaya actuando en nuestras vidas y no sea simplemente un actuar delante de la gente.
Y San Pablo, en la segunda lectura, nos recuerda que este tiempo de cuaresma es favorable, es tiempo de conversión, no podemos esperar otro.
Dentro de algunos minutos recibiremos en nuestras frentes las cenizas y, en esta oportunidad, el sacerdote nos dirá: Conviértete y Cree en el Evangelio.

¿Qué es la Conversión?

Lo primero que Jesús predicó en todos los sitios a donde llegaba y a todas las personas: Conviértanse, porque está cerca el Reino de los cielos.
«Conviértanse y crean en el Evangelio» es el llamado que hace el Señor a todos. La palabra griega para hablar de conversión es metánoia, que literalmente quiere decir cambio de mentalidad, abandonar una forma o modo de pensar que lleva al pecado para asumir un nuevo modo de pensar, la nueva mentalidad propuesta por el Evangelio. Se trata de asumir y hacer suyos los criterios evangélicos o enseñanzas del Señor, para que éstos se conviertan en norma de conducta para una nueva vida. Dado que el ser humano actúa de acuerdo a lo que piensa y a los valores que asume, la invitación a un cambio de mente implica, evidentemente un arrepentimiento del mal cometido y un deseo de enmendar el camino, viviendo de acuerdo a las enseñanzas divinas. Es un nacer de nuevo por la gracia de Cristo.
En la Sagrada Escritura, podemos ver ejemplos muy claros de personas que se convirtieron: el rey David, la Magdalena, la mujer sorprendida en flagrante adulterio, el retorno del hijo pródigo, Zaqueo, San Pedro, que lloró amargamente su deslealtad al Señor y, como muestra de su arrepentimiento profundo, exclamó: Señor, tú lo conoces todo, tu sabes que te amo.
En este proceso de cambio, juega un papel importante, el arrepentimiento sincero de nuestras faltas y el compromiso de enmendar nuestras vidas.
No basta sentir remordimiento, es decir, no basta tener rabia, o disgustarse por haber hecho algo malo que no quisiéramos haber hecho. No nos da tristeza por haber ofendido a Dios, sino porque hicimos algo que no nos gusta haber hecho. Eso pasa con Judas, que después de haber vendido a Jesús se suicidó, pero no le pidió perdón a Dios. El Remordimiento no borra los pecados, y no sirve sino para amargarse la vida. No trae paz al alma sino más tristeza y desesperación.
Tampoco es suficiente tener un arrepentimiento imperfecto, la atrición, que es un dolor o pesar de haber ofendido a Dios por el temor de ser castigado por él o merecer la condenación eterna. El que tiene un arrepentimiento así concibe a Dios, como un juez castigador y simplemente remunerador. Viviría una vida mediocre, y se conformaría con evitar los pecados mortales.
Hace falta que tengamos una contrición o arrepentimiento perfecto, que tengamos un dolor o pesar de haber ofendido a un Dios tan bueno y digno de ser amado sobre todas las cosas. Es el arrepentimiento que tuvo el Rey David, cuando dijo: ‘’un corazón humillado y arrepentido, Dios nunca lo desprecia’’ (Salmo 50),
Durante este tiempo de cuaresma, le he pedido a los sacerdotes que sean generosos en la administración del sacramento de la confesión, que también lo podemos llamar el sacramento de la conversión, porque alejados de Dios, escuchamos la llamada de Jesús a la conversión y volvemos a la casa del Padre. La confesión de los pecados sólo es instrumento para destruir el pecado, sino ejercicio precioso de virtud, de regeneración, de renovación espiritual hasta que lleguemos al hombre perfecto a la medida de Cristo.
Queridas hermanas y hermanos, este es momento favorable, es tiempo de salvación, para que, de una vez por todas, dejes el pecado y seas realmente cristiano, imitador y seguidor de Jesús. No caigas en la tentación diabólica de retrasar la conversión para después, para mañana, para un momento más oportuno. Recuerda que a nadie se le ha prometido el día de mañana.
Y te lo explico, a través de una anécdota, quizás conocida por ustedes.
Se cuenta que Satanás, en el examen final de tres aprendices de demonios, preguntó:
¿Cómo engañarían ustedes a la gente, para que se alejen de Dios y no lleguen al cielo?
El primero respondió: Yo le diré que no existe Dios. Satanás dijo: Aplazado, porque la gente sabe que existe Dios, basta ver la grandeza y la bondad de la gente, para llegar a esa conclusión.
El segundo respondió: Yo le diré que no existe el infierno. Satanás dijo: Aplazado. La gente sabe que existe la condenación, con sólo ir a las cárceles y ver como sufren los hacedores del mal, y ver el sufrimiento de los que están en el vicio de la droga, el licor y la pornografía, que viven enfermos, aislados y esclavos de sus pasiones.
El tercero respondió: Yo le diré que todavía hay tiempo, que no se conviertan ahora, que lo dejen para mañana. Y Satanás respondió: Excelente. Summa cum laude, con esa estrategia, lograrás que muchos se condenen.
Querido hermano: Si ya has pensado convertirte, si ya lo tienes decidido, ¿a qué esperar? Hoy es el día, ahora mismo; no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy. Dejarlo para luego es exponerse a dar marcha atrás; no todos los días estás decidido, no a toda hora estás preparado para este paso. Al demonio le encanta ilusionar a la gente y engañarla con la conversión de mañana; a Dios le gustan las cosas hoy y ahora: Hoy es el día de la conversión. El Señor quiere darte esta gracia.
Que Nuestra Señora del Rosario nos acompañe en este camino, que hoy iniciamos hasta llegar a la celebración gloriosa de Nuestro Señor Jesucristo.

Mons. Ángel Caraballo
Administrador Apostólico de Cabimas y Obispo Auxiliar de Maracaibo

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